Crónicas del Ecce Homo

Diversidad que Enriquece, Diversidad que Empobrece... y la “Paradoja Gorbachov”

Las personas nacidas en este siglo no pueden ni representarse qué bellamente subversivos eran, en los años 70 y 80, muchos de los principios, factores y procesos que hoy, en las naciones “libres” de Occidente, damos por sentados... mal sentados, de hecho. Algunos de nosotros —obviamente los tarados de la época— nos sentíamos como embutidos en una camisa de fuerza en la España homogénea de entonces, que no era, ni mucho menos, la única homogénea del hemisferio norte, pero que quizá lo era un poco más en algunos aspectos y un poco menos en otros.

Recuerdo una escena digna de cualquier película de Berlanga en Agosto del 73... Yo estaba en la hípica, en las afueras de Sitges, donde acostumbraba a montar a caballo. Desde allí salía con un tordo musculoso a recorrer los campos alrededor del pueblo hasta San Pedro de Ribas, pero aquella mañana me había quedado allí para ayudar a los propietarios a herrar animales. Hacía un calor de infierno que avergonzaría estos días tórrido-febriles del “cambio climático” y trabajábamos rodeados de insoportables moscas y tábanos hostiles. De pronto, uno de los mozos de cuadra vino a buscarnos gritando que lo siguiéramos. No eran alaridos de dolor ni de preocupación o espanto... eran los clamores del que ha visto un milagro, algo sobrenatural, un alienígena... y necesita que sus congéneres lo vean también para asegurarse de que no se trata de una alucinación. Y no, no era una alucinación ni un espejismo... aunque podría haberlo sido en aquel día de siroco sahariano: eran tres suecas fastuosas (o así las recuerdo), desnudas en la terraza de un piso de alquiler, en un edificio (por llamarlo así) bajo y antiguo y cutre, en el límite exterior de la villa. Allí estaban las tres divinidades tomando el sol en afortunadas tumbonas mientras un superfluo sueco anexo, con bañador y sombrero de paja, tocaba la guitarra para deleite de aquellas manifestaciones de sobrenatural estrógeno.

El altozano desde donde teníamos vista directa a aquella terraza que era como una parcela del Empíreo se fue llenando poco a poco de contemplativos que hoy llamaríamos despectivamente “mirones”. Aquella imagen, en la España franquista del 73, era en efecto algo milagroso, lo nunca visto... Ni Cristo resurrecto habría encontrado tanta devoción y temor sagrado en el grupo del cerro pecaminoso. Y porque aquella visión era pecado, llegaron tres guardias civiles vestidos de tórridos verde y tricornios —entre ellos, el sargento Robles, que era el terror de todos los que llevábamos moto sin carné— y pusieron fin al prodigio bajo el aplauso de carnosas vecinas y la desinflada líbido masculina. No sé qué les dijeron al sueco y las suecas ni en que extraña lengua les hablaría el rancio sargento, pero sí recuerdo la perplejidad de aquellos turistas, que además acababan de percibir su ávido público alrededor. Debieron de sentirse de pronto en medio de una tribu de hotentotes hormonalmente perjudicados y mistéricamente supersticiosos.
 

GC
HTTTS

Apenas tres años después, las revistas se llenaban de desnudos. Como si el Destino hubiese querido crear una España tántrica, trajo al mismo tiempo el destape físico y el espiritual. Las librerías se saturaron de yoga, hinduismo, taoísmo, budismo, pretenciosa "autoayuda" y misticismo de todos los colores en abominables traducciones argentinas y mejicanas, mientras Interviú publicaba desnudos de Victoria Abril y Marisol, Penthouse y Playboy encontraban su nicho selecto frente a revistas (por dignificarlas con este nombre) de una nauseabunda sordidez pornográfica, y en las playas españolas se estrenaban el tanga y el topless.

Parecía que el horror y el pánico al cuerpo desnudo era cosa del pasado, pero no lo era... como tampoco lo es ahora. La permisividad institucional no se compadecía con la sensibilidad general, del mismo modo que la despenalización de la homosexualidad en 1978 no abolió el asco (exactamente así) que una mayoría del colectivo heterosexual sentía por los gays. Los travestis, entonces, eran carne de ghetto y prostitución. Los transexuales eran prácticamente invisibles y muchos daban por más cierta la existencia de ángeles y demonios que la viabilidad médica de aquéllos. Uno puede “olfatear” el ambiente de la época, en lo que a este punto se refiere, viendo la película Cambio de Sexo (Vicente Aranda, 1977), con Victoria Abril y Bibi Andersen.  Por otra parte, las parejas abiertas eran antisociales; el “amor libre”, cosa de hippies drogatas y degenerados; la idea de que los negros (y las mujeres) eran cerebralmente inferiores a los (varones) blancos resultaba indiscutible en muchos círculos; y las lenguas periféricas de la Península quedaban para charnegos y criaturas rurales, casi agropecuarias.

 

CAMBIUM

Sí, a pesar del destape erótico y espiritual traídos por aquella incipiente democracia con visos de ictus nacional, España seguía siendo homogénea, granítica en muchos aspectos, y no era la única. Unos cuantos —quizá no muchos, proporcionalmente hablando— teníamos puesta la esperanza de una sociedad más porosa, libre y desetiquetada en todas aquellas minorías vilipendiadas. Sinceramente creíamos que la diversidad enriquece; que todos aquellos colectivos marginados, cuando se hicieran verdaderamente visibles, transformarían la cultura hegemónica en un caleidoscopio de tendencias culturales portentosas; que la homogeneidad es el refugio de quien teme al futuro; que, si en épocas pasadas la cohesión nacional necesitó la ortodoxia, habíamos alcanzado un momento histórico en que el Estado (los Estados) podían abrir espacio a las heterodoxias sociales, religiosas, políticas, sexuales, raciales, lingüísticas... sin reventar por las costuras. Ex pluribus unum et ex uno plures.

Creíamos que, además del matrimonio tradicional (además, no en lugar de), legítimamente cabían tantas uniones sexo-afectivas como las personas pudieran imaginar; que el amor germina entre individuos, no entre sexos; que el sexo debía desculpabilizarse, ser gozoso, creativo, desinhibido, multigénero, báquico, trascendental... y algunos hasta seguimos creyéndolo tras experiencias que hicieron supurar heridas en el alma infectadas por nuestra vieja moral de confesionario. En definitiva, creíamos que una sociedad polícroma cohesionada a través de un orgánico dinamismo es más ética, evolutiva y deseable que una monocroma, monolíticamente conglomerada.
 

GAYS

A principios de los 90, sin embargo, fuimos testigos de un ejemplo político en la escena internacional que debería habernos hecho pensar... y no lo hizo. A este evento yo lo llamo “la Paradoja Gorbachov”: ¿qué ocurre cuando un Gran Hombre a la cabeza de un imperio dogmático, opaco y marmóreo decide hacerlo transparente y democrático, glasnóstico y perestroiko, y ceder gratuitamente una buena parte del inmenso poder que el Aparato ha puesto en sus manos a los diferentes estamentos sociales, cámaras legislativas, partidos, gobernadores, alcaldes, repúblicas de la Unión...? Pues lo que ocurre, tristemente, es que la humanidad demuestra no estar a la altura... una vez más: para los liberales, los cambios resultan demasiado lentos; para los conservadores, no sólo vertiginosos sino indeseables; los egoísmos sectoriales, municipales, regionales, nacionales... entran en vesuviana erupción; el oportunismo de políticos, líderes económicos, periodistas, críticos sociales y otros phyla de la fauna general —perdido el miedo a la Mano Dura y el Gulag— se desborda sin control; los chacales foráneos se relamen previendo el festín que promete la carcasa del viejo titán moribundo; y el Estado implosiona, como lo hizo la URSS entonces, llevando al cabo de dos décadas a la aparición de un salvapatrias que restablece la cohesión nacional con puño de hierro, té de polonio y un sistema penitenciario que hace de los viejos gulags serenas residencias de verano.

GORBI
PUTIN
GULAG

Así, ¿qué ha ocurrido, al cabo de las décadas, cuando todos aquellos colectivos marginados, prometedores en lo que tenían de bellamente subversivo, acaban convirtiéndose en lobbies legitimados? Que las viejas esperanzas se ven traicionadas y retrospectivamente se nos antojan sin fundamento (al fin y al cabo, se trataba de colectivos humanos). Ex multis, nihil.

Ocurre que el promisorio caleidoscopio de culturas deriva en el ubicuo y agresivo arco iris; que, institucionalizada, la diversidad exige cuotas de participación en todos los ámbitos de la vida social, en substitución y detrimento del mérito; que las tendencias contraculturales de ayer, con una pasmosa falta de imaginación y prisa por “normalizarse”, copian lo peor de la cultura hegemónica generando una policromía cosmética en lo exterior y fosilizada en los adentros; que la censura de antaño da paso a una pusilánime autocensura a fin de no ser acusado de “crimen de odio” por el uso de cualquier palabra demonizada; que la historia, tendenciosamente reescrita por los perdedores, se llena de mitos espurios en los que justificar un ancestral victimismo y un creciente catálogo de reivindicaciones; que la inclusividad de lo diverso acaba siendo incoherente saturación de lo adverso; que los sexos —hombres, mujeres, transexuales...— entran en acerbos conflictos entre ellos por mil razones del pasado, ficticias o no, y por motivos presentes de orden territorial, lingüístico, privilegiativo...; que se instala un nuevo puritanismo que es el de siempre pero con argumentos reciclados, amoldados al Zeitgeist imperante; que toda secta ideológica o pseudoideológica —vegetarianos, veganos, lactófobos, glutenófobos, obesos, animalistas, turistófobos, feministas, feminazis, medioambientalistas, cambioclimatistas, naturistas, sostenibilistas, supremacistas de todos los colores...— se talibanizan y quieren imponer su reduccionista sentido de la realidad a todo ser viviente, humano, animal, hongo o vegetal; que las lenguas postergadas del pasado se vuelven más hegemónicas y agresivamente punitivas que aquellas mayoritarias contra las que lucharon... hasta que aparece el salvapatrias de turno, esta vez en versión americana, para dar al traste con todo el delirio woke...

Y lo trágico del asunto es que sólo él puede hacerlo porque está lo bastante loco como para poner en práctica barbaridades impensables sin que su sentido de la propia genialidad y su versión subjetivísima de la realidad se resquebrajen mínimamente en ninguno de los momentos de su frenético desatino... igualito que Hitler.

Y así el péndulo de la historia inicia el recorrido de vuelta. Porque la humanidad no estuvo a la altura. No, nunca lo estuvo. Quo tu nos duces, Patrue?