Tantra y Termodinámica
Termodinámicamente hablando, los seres humanos, como la mayor parte de las entidades conocidas del universo, somos sistemas abiertos, esto es, tomamos energía del medio y de ésta devolvemos una parte de nuevo al exterior en forma de entropía, energía desorganizada de la que nosotros no podemos sacar provecho ya pero que puede ser útil, quizá, para otros organismos de nuestro propio ecosistema. Los sistemas cerrados, adiabáticos, son —por lo que sabemos de esta misteriosa realidad que es nuestro Mundo— artificios de laboratorio. A finales del xix y principios del xx, es cierto, éstos sirvieron de analogía para extender la Segunda Ley de la Termodinámica a todo el universo y proyectar sobre él un fúnebre horizonte de inevitable muerte térmica, muy a tono con el pesimismo existencialista de la época. Pero la verdad es que ni siquiera sabemos si el universo es un sistema cerrado o, como propone Ilia Prigoginye, un "mero evento en la historia de todo el cosmos" (The End of Certainty), un sistema abierto o “estructura disipativa” más, en intercambio energético con otras estructuras similares del envolvente metauniverso.
Parte de la energía que recibimos los humanos la convertimos en trabajo, trabajo interno de construcción y reconfiguración orgánica y trabajo externo en términos de actividad que, de un modo u otro, contribuye a un incremento de nuestra complejidad como seres vivos, como entidades operantes y pensantes. Otra parte de la energía recibida, sin embargo, retorna al medio en forma de heces, CO2, mucosidad, saliva, sudor, calor... La proporción entre la energía transformada y la expelida depende de nuestra capacidad de asimilación en cuanto que estructuras disipativas. Así, por ejemplo, según el metabolismo de cada uno, parte de la comida y bebida ingeridas se invierte en la construcción de tejidos y en formas de actividad, pero un porcentaje no desdeñable se excreta. Otra porción, todavía, se acumula en el cuerpo en forma de grasas, azúcares y agua como un tipo de energía potencial manifestada en términos de sobrepeso. La conservación de esta energía potencial, no obstante, exige un gasto permanente de energía general porque, por una parte, hace más costoso el movimiento corporal y, por la otra, genera cortocircuitos metabólicos y fisiológicos cuya reparación o cuya cronicidad consumen nuevas cantidades de energía. Cuando la absorción de energía por parte de un organismo aumenta y la entropía decrece estamos en un proceso anabólico de mejora de nuestras estructuras; cuando, por el contrario, la entropía aumenta y la absorción decrece nos deslizamos hacia un proceso catabólico de disipación cuya culminación es la muerte. Un ejemplo diáfano de esto último lo constituye una persona enferma con fiebre: independientemente de que la fiebre ayude a ciertos procesos autocurativos como proponen algunos, en última instancia no es más que un proceso termodinámico de liberación de entropía en forma de calor; a partir de cierto punto crítico, el desequilibrio entre la energía tomada del medio y la expelida en forma desorganizada de hipertermia es tan notable a favor de esta última, que el organismo fallece. Así también, un exceso de energía nerviosa desencadenada por el dolor agudo se “excreta” en forma de gritos; la movilizada por un pico de alegría, en danza, saltos, abrazos, movimiento...; la impelida por el placer sexual, en la dispersión térmica y nerviosa asociada al orgasmo más los fluidos derivados de él... Y todos estos procesos disipativos no son sino mecanismos regulatorios de reestablecimiento homeostático.
Del mismo modo que de la energía potencial acumulada por la tensión de la cuerda en el arco sólo un tanto por ciento se transforma en energía cinética de la flecha, mientras que el resto se disipa en el movimiento de retorno de las palas del arma, la vibración del arco, la distensión (relativa) de la cuerda, calor y ruido... los seres humanos, en cuanto que sistemas termodinámicos abiertos tenemos un límite natural de conversión de la energía absorbida del medio en complejidad y actividad. Este límite de conversión define nuestro grado de eficiencia, al igual que el porcentaje de la energía cinética transmitida a la flecha determina la eficiencia del arco. La eficiencia del arco (no de un arco) se puede incrementar cambiando el diseño del arma; la de un ser humano se puede mejorar, dentro de unos márgenes, por medios ordinarios y dentro de unos márgenes mucho más amplios por medios extraordinarios. Ejemplos de los primeros son: el aumento de la capacidad pulmonar y deceleración del ritmo cardiaco gracias al ejercicio aeróbico continuado; reducción de la reactividad frente al dolor físico o anímico por virtud de una bien asimilada y corporizada ataraxia estoica; aceleración del metabolismo en los culturistas de competición por el uso de anabolizantes naturales, químicos u hormonales... Y lo que se consigue con todo esto es establecer unos niveles de homeostasis superiores de modo que puedan asimilarse más tipos y mayores cantidades de energía del medio devolviéndole a éste menores dosis de entropía.
El Tantra sexual (camino de la mano izquierda o vāmamārga, वाममार्ग) —que es lo que me interesa discutir en este artículo— es un ejemplo de los segundos, esto es, de los medios extraordinarios. Para el Tantra, el cuerpo físico es sólo una de las envolturas que vehiculan el núcleo esencial de consciencia del ser humano, el puruṣa (पुरुष), o bien el ātman (आत्मन्). De hecho, el cuerpo carnal es la última de las envolturas de un gradiente de sutilidad decreciente cuyo ápex es el ānandamaya kośa (आनन्दमय कोश) o “envoltura de bienaventuranza” y cuyo nádir es el annamaya kośa o “envoltura trófica”, identificada con el sthūla śarīra (स्थूलशरीर) o “cuerpo grosero”. Como praxis termodinámica, el Tantra tiene un muy limitado interés en las energías que el cuerpo carnal absorbe del medio externo en forma de alimento. Lo que verdaderamente le importa al Tantra son las energías sutiles que puede captar y asimilar de forma consciente y deliberada a través de sus envolturas suprafísicas. De la inferior a la superior: prāṇamaya kośa (प्राणमय कोश) o “envoltura de energía”, manomaya kośa (मनोमय कोश) o “envoltura mental-sensorial”, vijñānamaya kośa (विज्ञानमय कोष) o “envoltura noética” y la ya citada ānandamaya kośa. Las tres primeras se hallan, según este sistema, en el cuerpo sutil (sūkṣma śarīra — सूक्ष्म शरीर) y la última constituye el cuerpo causal (kāraṇa śarīra —कारण शरीर).
De acuerdo con el Tantra, estas energías de orden superior alcanzan el cuerpo físico a través de los chakras (चक्र), una serie de centros de consciencia cuyo número varía según las escuelas. Éstos se hallarían en el cuerpo sutil pero, cartografiados en el físico, aparecen alineados en la columna vertebral desde el cóxis hasta el vértice de la cabeza. Cuando están activados, cada uno de estos chakras viene a ser una especie de transformador que absorbe energía del plano sutil que le corresponde y la canaliza hacia el cuerpo físico en los términos de una versión de sí misma asimilable y procesable por este último. La asimilación de este tipo de energías mediante la activación contemplativa de los chakras unida al pranayama —una respiración deliberada y ritmada cuyo fin es movilizar y organizar el metabolismo sutil regido por los cinco prāṇas: prāṇa-vāyu (प्राणवायु) , apāna-vāyu (अपान वायु), samāna-vāyu (समानवायु), udāna-vāyu (उदानवायु) y vyāna-vāyu (व्यानवायु))— hace del tántrico una estructura disipativa más eficiente: más energía invertida en complejidad y menos entropía vertida al medio.
Pero esto es sólo parte del proceso. Lo esencial es que la energía primigenia, cuyo ciclo transformacional la hace sedimentar de energía superior espiritual (amṛta, अमृत; soma, सोम; bindu बिंदु...), en aliento (prāṇa, राण), de éste en energía sexual primaria (rasa, रस) y finalmente en fluido seminal (retas, रेतस्), puede reconvertirse de nuevo en energía esencial reinvertiendo el ciclo y elevándola de nuevo de sedimento físico a su estado vibratorio primigenio. Es lo que en misteriosofía se describe como “el río que retorna a su fuente”. Este proceso implica activar la energía sexual mediante una praxis copulativa, un coito altamente protocolizado y ritualizado. Se prescinde aquí del orgasmo eyaculatorio y el adepto se sirve de la propia excitación desencadenada para reabsorber la energía movilizada difundiéndola desde el nodo genital a todos los tejidos a efectos de una toma de consciencia incluso celular.
- “Thus the sexual force is one of such powers and is utilized. Instead, however, of descending into gross seminal fluid, it is conserved as a form of subtle energy, and rises to Śiva along with Prāṇa. It is thus made a source of spiritual life instead of one of the causes of physical death” (John Woodroffe, The Serpent Power).
No sólo esta energía seminal altamente organizada —tanto así que tiene la capacidad de replicar la vida, si es convenientemente inseminada— no se expele en forma de residuo entrópico, sino que mediante esta práxis el tántrico capacita a su organismo para sentir cada vez mayores niveles de placer sin que se produzca ineluctablemente una eyección regulatoria de materia y energía abocada a restablecer los niveles ordinarios de homeostasis. Ello da lugar a la generación de un circuito de energía interior de carácter autótrofo en el que incluso el aliento exterior cesa y se genera la así llamada "respiración embrionaria", con la que el prāṇa no se inspira ni se exhala, no se crea ni se destruye, sino sólo se transforma interinamente a fin de cubrir todas las necesidades energéticas del adepto.
Finalmente, cuando el organismo, concebido holísticamente con inclusión de todas sus envolturas, ha ampliado lo suficiente su capacidad de asimilación, incorporación y procesamiento de las energías sutiles, está preparado para el despertar de kuṇḍalinī (कुण्डलिनि), esto es, la activación de su energía primordial. En términos energéticos, kuṇḍalinī viene a ser como la ZPE (Zero Point Energy) del organismo humano y su formulación no es más extravagante que la de esta última. De hecho, puede que la identificación de kuṇḍalinī con la energía básica de un sistema mecánico-cuántico vaya más allá de la mera analogía.
Considerado termodinámicamente, así pues, el Tantra viene a ser en última instancia una praxis de incremento exponencial de nuestra eficiencia como estructuras disipativas en términos de una mayor complejidad psicosomática hasta un punto crítico en que aparecen, en cuanto que propiedades emergentes (Cf. M. M. Waldrop, Complexity), estados de consciencia superiores que traen consigo un orden psicoorgánico mucho más complejo y un notable decremento de la efusión entrópica.



