Caricia Tántrica
Con absoluta independencia del placer que la mano de una mujer pueda traer al sexo de un hombre, hay algo puro y trascendente en el hecho de ser tocado.
El sexo es el sancta sanctorum del tabernáculo físico, al que sólo tiene acceso la sacerdotisa del templo, sea ésta del orden que sea. Es el lugar secreto, oscuro y peligroso de la geografía masculina. Aquello que se ignora en las relaciones convencionales que no tienen que ver con el cortejo banal. El sexo es el miembro carente de visibilidad, de legitimidad, entre las personas que proyectamos esa imagen de criaturas racionales interesadas en ideas, lo social, el arte, la comprensión del mundo... mientras jugamos a ignorarlo. Es la presencia impresentable.
El mero hecho de exponerlo tiene consecuencias legales.
Cuando una mujer te toca, aunque sea sólo posando la mano ahí, sin ulteriores manipulaciones, saca el sexo de la oscuridad avergonzada y culpable a la Luz. En el calor animal, la calidez anímica, la ternura... de ese toque... en ese acto de reconocimiento valiente y supremo, el sexo se dice a sí mismo: “Existo, sin culpa, sin vergüenza, me lleno de energía, me expando con alegría, me erijo como estandarte porque también soy un miembro legítimo de este cuerpo. No soy el que pervierte, engaña, desvía del camino... SOY en la Luz, en la pureza SOY. SOY fuente de pura energía.”
Y así la mujer, convertida por unos instantes en Sacerdotisa del Templo, ha creado un puente entre el SER y el misterio, el peligro y la Luz. Recibo este toque con la misma devoción con la que muchos, muchos años atrás participaba en la comunión cristiana, diciendo en mi interior como lo hacía entonces: “Señor(a), no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.”