Literaturas

Texto de Presentación del PARAÍSO PERDIDO

En Madrid
Viernes, 13 de enero del 2006

Supongo que la pregunta inexcusable acerca de esta o de cualquier edición del Paraíso Perdido es la de qué sentido tiene traducir, publicar o leer este libro ahora. Personalmente creo que, en sí mismo, el Paraíso tiene hoy el mismo sentido que ha tenido siempre, en el xvii, xviii, xix & xx, es decir, ninguno… aparte del que cada uno buenamente pueda, sepa o quiera darle. Yo no creo que nadie tenga el deber escolar, moral o intelectual, o el deber que sea de leer el Paraíso, ni el Quijote, ni nada parecido, ni que uno vaya a ser mejor persona por haberlos leído, o merezca por ello un mayor crédito por parte de sus semejantes o disímiles… entre otras cosas porque no tengo a la cultura en gran consideración ni creo que haya ningún elemento en ella irrenunciable.

Quizá esta actitud parezca muy negativa, pero por lo menos me deja con el Paraíso en las manos sin prejuicios canónicos a favor o en contra. Me deja como único amo de mi experiencia de lectura, legitimado para abandonar el libro en un rincón si me parece un rollo y para disfrutarlo por mí mismo, si es que lo disfruto, sin ninguna especie de guía turístico que me señale el pináculo ante el que debo responder con un asombrado ooooohhhh sopena de parecer un burro… lo que no implica necesariamente que no lo sea. Y es en esa experiencia de lectura autónoma donde yo he de establecer (encontrar o inventar) el sentido de por qué me trago esa obra: en el caso del Paraíso, ni más ni menos que un poema de diez mil y pico de versos de un tipo que aparece en todas las ilustraciones de la época con cara de muy pocos amigos.

Darle su sentido a mi experiencia de lectura del Paraíso supone inevitablemente darme de bruces con uno de los muchísimos Milton que existen. Algunos de estos Milton son contemporáneos de John Milton y estoy seguro que de éstos, el señor Milton conoció a unos y a otros no; otros muchos de esos Milton los hemos ido construyendo los lectores, críticos y traductores desde que Milton murió, y estoy seguro de que el señor Milton se reconocería en algunos de ellos y se asustaría de otros… o alucinaría pepinos.

Yo… del único Milton que puedo hablar aquí es del Milton que hace valiosa mi propia experiencia de lectura, que hace que pasar por el calvario de diez mil y pico de versos resulte un acontecimiento gratificante y enriquecedor. Y como yo no soy cristiano, sino más bien todo lo contrario, pues la imagen de un Milton ortodoxo tratando de darle una forma poético-filosófica al mito bíblico del pecado original (una de las muchas imágenes de Milton que corren por ahí) pues no me satisface en absoluto. A mí el Milton que me atrae es ése del que Emerson dijo que era un profeta de la libertad y del que Margaret Fuller comentó que era más americano que los propios americanos… refiriéndose, claro está, a los idealistas revolucionarios y postrevolucionarios que dan toda su altura al proyecto (¿frustrado para siempre?) que es o fue Norteamérica, no a los neocon de hoy en día.

milton

El Milton que me interesa es el iconoclasta, el que participó a su modo en la revolución inglesa del lado de los rebeldes y el que contribuyó a su modo a la decapitación del Estuardo absolutista y procatólico que intentó humillar y suprimir al Parlamento. El Milton que defendió, a golpe de tratado y experiencia, los derechos personales, civiles y políticos —libertad de pensamiento y de prensa, tolerancia religiosa, igualdad, divorcio…— que sólo hoy podemos dar por supuestos en Occidente después de tres sangrientas revoluciones que yo tiendo a considerar tres etapas desgarradoras de un mismo proceso de liberación cuyo inacabado resultado final debería ser la aceptación plena del individuo como ser humano singular, autónomo y absolutamente responsable: la más perfecta y completa y relevante de las minorías sociales.

Éste es el Milton que me interesa y es el Milton que, ni aun queriendo, podría reconciliar con una lectura ortodoxa del Paraíso Perdido. Y cuando hablo de una lectura ortodoxa del Paraíso Perdido me refiero a un modo de leer este poema en el que Dios sea el bueno, Satán el malo, Eva una lagarta y Adán sea un calzonazos, un fracasado, un rufianillo, pero en el fondo de buen corazón y lo bastante servil como para merecer la redención… aunque al cabo de muchos muchos muchos siglos. Esto es, una lectura cristianamente correcta. Y como no me cuadra de ningún modo tengo que pensar que algo pasa con John… y debo confesar que como a mí me encantan los criptogramas y los jeroglifos y los enigmas y las historias de misterio y Sherlock Holmes y las lenguas raras, pues esta pregunta de qué pasa con John es lo que más me estimula de todo el Paraíso.

La forma académica de esta pregunta no es obviamente ¿Qué pasa con John?, sino ¿Quién es el héroe del poema?. Porque, claro está, quién sea el héroe determina (o se supone que determina) cuál es la ideología del poema. No es que haya muchos candidatos a héroe aquí, pero hay unos cuantos en cualquier caso: está Dios Padre, está Jesucristo, está Satán, está Adán, está Eva y hay incluso quien dice que el héroe es Milton mismo. En esto último estoy totalmente de acuerdo, sobre todo si pensamos en las condiciones heroicas en las que Milton escribió el poema, ciego, empobrecido, perseguido y dependiendo de amanuenses ocasionales para transcribir los versos que se le ocurrían por la noche y que había conservado en la memoria hasta encontrar la víctima a la que poder perpetrárselos. Pero esto no nos dice mucho de la ideología detrás del texto. A ese nivel, la cosa se complica porque el Paraíso es de todo menos un poema uniforme. Los dos primeros libros presentan la talla heroica de Satán y su afición al discurso de la libertad… un tanto demagógica a ratos, como la de cualquier político, pero inspiradora en su oposición a la tiranía celestial. El libro tercero contrapone a este héroe trágico que es Satán un Dios tan ególatra y vanidoso, tan estúpido con sus experimentos morales a nivel universal, tan incapaz de escribir un buen guión cósmico sin esa necesidad de ilimitados sufrimiento y canalladas, y tan farisaico y pagado de su propia moralidad, que la pregunta inexcusable es si Milton lo diseñó así para poner de manifiesto la nefasta imagen de la divinidad popular (como quiere Bryson) o si intentó escribir y describir al buen Dios y le salió rematadamente mal. Por mi parte, que cada uno se responda a esta pregunta.

Pero a partir de aquí, de este Libro III, vemos dos fenómenos curiosos. Por una parte, el Satán épico y grandioso de los dos primeros libros se va convirtiendo en una entidad cada vez más ridícula. Y por otra parte, el Jesucristo del Libro III, apenas distinguible ahí de la Divinidad paterna va cobrando poco a poco entidad propia y empieza a hablar de deponer el cetro divino y de ser “el Todo en todos”… hasta que el mismo Padre, se diría que por influencia del Hijo, acaba diciendo lo mismo. El primero de estos procesos es muy claro y definitivo, y lo que puede discutirse aquí es si Milton se burla de Satán (como quiere C.S. Lewis, que escribía cosas muy pontificales cuando no se paseaba por Narnia) o si es Satán quien se burla de Milton poniendo en evidencia las limitaciones de su inspiración. El segundo de los procesos mencionados es mucho más discutible… aunque constituye el eje interpretativo de la teoría del crítico contemporáneo que particularmente me parece más iluminador: Michael Bryson, The Tyranny of Heaven.

En cualquier caso, ya sea que las aparentes sinuosidades y contradicciones del Paraíso Perdido obedezcan a diseño, a intención, ya que manifiesten fallos en la ejecución por parte del poeta, lo que sí puede percibirse es que a lo largo del poema un tipo de individualismo (el individualismo trágico, roto, existencialista, caudillista, protestante…. en última instancia, el individualismo por oposición, adolescente, de Satán) va siendo substituido por un individualismo de un orden completamente distinto: un individualismo integrador, que tiende a aceptarlo y redimirlo todo, un individualismo que pretende no el caudillaje sino una manifestación universal de sí mismo en la que los hombres sean Dios y Dios sea en los hombres. Es el individualismo representado por Cristo en el Paraíso Perdido y, creo, la idea que le incitó a Blake, en su propio poema Milton a redimir a Milton de todas aquellas cosas que (según Blake, que era un radical empedernido) Milton no había comprendido de sí mismo y de su propia teología.