Criminalística

Estrategias Cognitivas en Balística Forense

    i. Balística Forense.-

La disciplina criminalística que se ocupa en resolver, en la medida de lo posible, un incidente balístico es la balística forense.

La balística forense viene a ser una aplicación especial de la balística general a la investigación criminal, a la que añade la identificación de las armas de fuego por sus trazas instrumentales. El nombre de balística forense lo introdujo Calvin Goddard, un militar, erudito e investigador americano en los años 20 del pasado siglo. Luego se arrepintió de haberlo hecho porque Goddard, que había conseguido carta de legitimidad para su metodología “resolviendo” un aspecto importante de la Matanza del Día de San Valentín (1929), ponía todo el énfasis de este campo de conocimiento en la subdisciplina dedicada a la identificación de las armas de fuego por sus trazas instrumentales, mientras que, por otro lado, había eruditos del tema que consideraban que la balística era únicamente el estudio del vuelo del proyectil. Esta última es, por supuesto, una postura tan legítima como cualquier otra, pero la más reduccionista de todas ellas.

La Matanza del Día de San Valentín (14/02/1929) sirvió para que Al Capone se hiciera con el control de todo el crimen organizado de Chicago en aquellos años de prohibicionismo. Sus sicarios, vestidos de policía, ejecutaron a siete miembros de la banda de “Bugs” Moran, que controlaba el norte de Chicago, poniéndolos contra la pared de un garaje y disparándoles con ametralladoras Thompson (calibre .45 ACP). Goddard demostró finalmente, gracias a las trazas instrumentales de los casquillos abandonados en la escena del crimen, que las armas empleadas en este incidente no habían sido las de la policía de Chicago. Cabe preguntarse si tendríamos hoy esta disciplina criminalística si el resultado hubiera sido inverso y la policía hubiese quedado inculpada por la metodología de Goddard.

Calvin Hooker Goddard (1891-1955) es uno de los grandes hitos en el desarrollo de la criminalística como lo son Locard (con su principio de intercambio o transferencia), Michon (en la grafística), Galton (huellas dactilares), Bertillon (biometría), y el austriaco Hans Gross así como el alemán Ernst Gennat en lo que hace a la aplicación del método científico a la investigación policial.

En un sentido mucho más amplio, podemos aprovechar la metodología de la balística forense a todos aquellos casos en los que intervienen armas que disparan proyectiles de trayectoria predecible: armas pneumáticas, arcos, ballestas, cerbatanas, tirachinas... si bien es la balística de las armas de fuego la que nos ofrece un modelo de estudio más completo y aplicable a todas las demás.

    ii. Investigación.-

Cada uno de los restos en una escena criminal es, por decirlo así, una única palabra dentro del texto que el investigador de un incidente balístico quiere llegar a leer y comprender. Si uno pone cada indicio en contexto, lo correlaciona con el resto de indicios, con el momento en que han ocurrido los hechos, con el espacio que ocupa la escena, con la distribución del resto de evidencias balísticas y no balísticas, con la anamnesis de los actores y testigos... en fin, con todo lo que conforma el caso... el texto entero del incidente acaba mostrándose a los ojos del investigador.

La mala noticia es que el “texto entero” del incidente no nos dice con absoluta certeza cómo ocurrieron los hechos. Más bien nos lleva a ver escenarios posibles y escenarios que son imposibles. La “buena noticia” es que los escenarios imposibles pueden llegar a salvar de la cárcel a un inocente.

Pero la cuestión es que uno no se encuentra frente a un rompecabezas en el sentido de que todas las piezas del puzle acaban encajando para formar una sola y prístina imagen. Uno choca con un rompecabezas en sentido literal, en el que muy a menudo faltan piezas. Es el investigador el que tiene que acabar de generar la imagen en su mente con su instinto, capacidad lógica, conocimiento e intuición... a veces, incluso imaginación.

Estos no son los tiempos del hiperracionalista Sherlock Holmes para el que todo problema criminal tenía una única solución verdadera. Son tiempos cuánticos en los que el investigador se encuentra normalmente al final con una superposición de narrativas posibles.

Como investigador de un caso, uno tiene que aprender a ver el conjunto de evidencias como una semiótica, un sistema de signos, un lenguaje. 

Hay personas que se extrañan de que dos filólogos, como mi colega y mentor Manel Cruz y yo, acabemos en la criminalística. Pero yo diría que no hay consecuencia más lógica: en cierta medida, la criminalística es una rama de la lingüística. Manel es licenciado en filología hispánica; yo salí del departamento donde se estudiaban las lenguas más muertas, más estrafalarias y menos monetizables. Quizá por eso él sale siempre con las interpretaciones más plausibles del caso y yo con las más rebuscadas y extravagantes. Pero de la mezcla de las dos posturas a menudo surgen trabajos, informes, muy concienzudos y satisfactorios.

    iii. El Incidente Balístico.-

Un incidente balístico (en sentido estricto) ocurre cuando tiene lugar una agresión con arma de fuego ligera. 

Hablando en términos muy, muy generales...

   •    La agresión puede ser unidireccional: cuando hay un agresor y una víctima.
   •    Bidireccional: cuando el agredido se defiende también con arma de fuego y se produce un intercambio de disparos.
   •    Multidireccional: cuando se da un intercambio de disparos entre varios tiradores de dos o más bandos.
   •    Puntual, cuando la agresión está dirigida a un solo sujeto.
   •    Masivo: cuando uno o más agresores disparan indiscriminadamente contra una masa de gente o un colectivo.
   •    En proximidad: con arma corta, escopeta o rifle de oportunidad.
   •    A distancia: a partir de unos 50 m. Típico caso de francotirador con rifle y visor telescópico.

Por supuesto, podríamos categorizar los incidentes balísticos de acuerdo con otros muchos y muy diversos factores:

   •    Motivacionales.
   •    Clase de las armas implicadas.
   •    Tipología de los actores...

Pero el grupo anterior nos es útil, cuando menos, para hacernos una idea de la mayor o menor complejidad del escenario final, del que tendrá que ocuparse el investigador después de los hechos. Y hablamos aquí de “complejidad” en el sentido de la cantidad de indicios y de su dispersión en la escena, no de la dificultad de resolución del caso.

Un incidente balístico constituye a menudo un puzle que en parte puede reconstruirse por toda una serie de elementos materiales e inmateriales en la escena:

   •    Casquillos y proyectiles resultantes de los disparos, o bien fragmentos de éstos.
   •    Armas abandonadas.
   •    Elementos tácticos perdidos: cargadores, portacargadores, silenciadores, visores...
   •    Residuos químicos derivados de la detonación de pistones y deflagración de propelentes en el escenario, así como en la ropa y piel de los presentes.
   •    Lesiones orgánicas: diámetros de entrada y salida, profundidad, grado de destrucción tisular, ángulos de incidencia...
   •    Lesiones vestimentales: desgarrones en la ropa de la víctima, manchas humosas...
   •    Lesiones estructurales en la escena: magnitud y ángulos de los impactos.
   •    Sonido: según testimonios, según deducción a partir de los calibres usados, o según lesiones auditivas, si las hay.
   •    Testigos: en función de su coherencia y credibilidad.
   •    A partir de todo ello, en el mejor de los casos, es posible:
         (1) reconstruir trayectorias;
         (2) identificar armas y actores;
         (3) llegar a una conclusión plausible de los hechos;
        (4) descartar escenarios imposibles.


    iv. Estrategias Cognitivas.-

A la hora de enfrentarse a un caso, ya sea como perito de parte, perito policial o detective, es indispensable tener en cuenta una serie de principios fundamentales:

1.    Hay que absorber toda la información disponible sobre el caso, fotos, vídeos, croquis de la escena, declaraciones de imputados y testigos, lista de indicios y/o evidencias. Uno se sorprende a menudo de lo incompleta que es esta información dada la tradicional falta de meticulosidad de los primeros examinadores.

2.    Es primordial detectar todas las inconsistencias y contradicciones de la información puesta en nuestras manos, todo aquello que no encaja, y tratar de encontrar la explicación más plausible para ello. La navaja de Ockham puede ser útil pero también engañosa.

3.    Debe buscarse toda la información posible de los elementos principales que intervienen en el incidente balístico y que en los informes policiales a menudo brilla por su ausencia. Si aparece una pistola en un vídeo de la IOTP, por ejemplo, y el informe preliminar no anota marca y modelo, hay que identificarla. Si se nos muestran los marcajes de un culote de cartucho, debe investigarse a qué fabricante pertenece el símbolo, el año de producción, cuán común es o cuán descatalogada está esa munición... De todo esto no sabremos a ciencia cierta qué es relevante y qué no hasta el último momento. Quizá, en última instancia, toda esta información resulte sólo marginal y no determinante para resolver el caso pero, por una parte, se aprende mucho de ella y, por la otra, el investigador dará la impresión de minuciosa profesionalidad cuando haga el informe y con ello cimentará su credibilidad.

4. Hay que distinguir claramente entre lo que es:
     a.    el “hecho”;
     b.    la percepción del hecho;
     c.    la narrativa del hecho;
    d.    el rumor.

Cada una de estas categorías de información está asociada a una fuente de información: los propios sentidos, un informante fiable presencial, un informante no presencial autorizado, un informante no presencial poco fiable...

Hagamos hincapié en este punto porque es importante.

Supongamos que estoy dando una clase de balística forense en la universidad, que tomo una réplica de pistola de mi cartera y disparo hacia el techo  con ella: ¿cuál es el hecho?, ¿cuál es el único hecho del que mis oyentes pueden estar seguros?

El hecho indudable aquí para cada uno de ellos no es que yo haya cogido mi réplica y disparado con ella, sino que me han visto hacerlo: el hecho impugnable para ellos es que han percibido que yo disparaba una réplica, no mi acto.

Esto es lo que en filosofía se llama fenomenología y es una forma de pensar opuesta a todos los esencialismos desde Platón. La primera acepta como única realidad irrefutable el fenómeno (del gr. φαινειν, “brillar, aparecer, mostrarse”), lo que se da en la percepción, mientras que los segundos aceptan de buenas a primeras la realidad incuestionable del objeto externo en sí.

El “Pienso luego soy” de Descartes (mal traducido del latín cogito ergo sum como “pienso, luego existo”) es una forma de reducir el mundo a lo único de lo que no se puede dudar, lo único absolutamente cierto para cada uno de nosotros: que uno es porque es consciente de sí. Descartes dio inicio al pensamiento fenomenológico moderno en el xvii (aunque luego lo traicionó, muy a la francesa, con los argumentos más absurdos imaginables sacados de San Anselmo de Canterbury) y luego lo consolidó Kant a la alemana en el siglo siguiente.

¿Por qué complicarse la vida de esta manera? Porque cuando no hay conflicto de intereses todos funcionamos como realistas, como pragmáticos. Al pan pan y al vino vino. Esto es una pizarrra, esto una mesa, éste es mi alumno Felipe y éste mi codocente Manel. No pensamos que exista otra forma de ver estas cosas. Pero cuando hay conflicto de intereses, todos nos volvemos rabiosamente fenomenológicos aunque no tengamos ni pajolera idea de fenomenología ni de su historia desde Descartes.

¿Os habéis encontrado alguna vez en esa situación de desacuerdo con otra persona en que, al discutir con ella, cada uno ha vivido un acontecimiento o serie de eventos de manera tan distinta que es como si vivieseis en universos paralelos? Ante un conflicto de intereses, los más racionales recurren al diálogo y tratan de aunar sus puntos de vista, y los menos racionales se enrocan en su posición y tienen siempre excusas y razones para que el mundo sea sólo como ellos lo ven. Es igual lo que les digáis, no hay modo de llegar, siquiera, a agrietar mínimamente su visión de las cosas.

Sea como sea, si ahora todos estamos de acuerdo en que he disparado esta réplica de pistola, consensus habemus, tenemos consenso. Nos hemos puesto de acuerdo intersubjetivamente en que el profesor ha disparado con su réplica de pistola: dicho de otro modo, hemos consensuado lo que ha ocurrido y, con toda naturalidad, lo aceptamos como lo real, lo evidente, lo obvio... No hay conflicto de intereses.

La cosa es que aunque la REALIDAD no sea manipulable, el consenso sí lo es. Que se lo digan a Joseph Göbbels, el mayor propagandista de la historia, que convenció a media Alemania de que Hitler era rubio por la sencilla razón de que era ario. Para que una mentira se haga realidad, decía Göbbels, solo hay que repetirla sin cesar. Göbbels era un genio de la manipulación perceptiva... e hizo falta toda una guerra mundial para poner al descubierto sus mentiras.

Imaginemos ahora, en cambio, que me he equivocado al traer a clase la pistola y he venido con mi Beretta 90Two, bien cargadita. Y al disparar, he triturado parte del techo además de dar a la concurrencia un susto de muerte. Así que se arma la de Dios y la cosa acaba en el juzgado. Y como yo soy una pésima persona y estoy dispuesto a alegar todo lo que convenga a mi defensa, aunque sea mentira, digo que yo no he disparado, que ha sido uno de mis alumnos en las primeras filas, uno con formación militar y que quiere sabotear mis clases. Así que encargo un informe pericial que demuestre técnicamente que la trayectoria del proyectil desde los primeros pupitres al techo también es posible. Y mi abogado contrata a un psicólogo forense que le explica al juez cómo se distorsiona la facultad perceptiva de los testigos ante un evento inesperado y traumático. Y quizá el leguleyo hasta sea capaz de sobornar o hipnotizar a alguno de los presentes para que diga que le parece que el disparo venía de las primeras filas... o que no ha visto ni oído nada. Y al final lo “ocurrido”, el “hecho”, lo acabará decidiendo una persona que no ha estado presente mientras ocurría lo que ocurría, el juez, y lo hará en función de la información obtenida de testigos presenciales, no presenciales y de expertos en balística y en psicología forense. Es decir, que al final el “hecho” se decidirá por consenso: no un consenso en relación directa con lo ocurrido, sino un consenso de base en el tipo de sociedad en que vivimos, que consiste en la tácita aceptación por todos nosotros de las reglas de juego respecto de cómo se decide lo que es verdad o no cuando hay un conflicto grave con consecuencias jurídicas y penales.

Por esto toda esta disquisición: porque cuando uno interviene en un caso como investigador, perito de parte o policía es porque hay conflicto de intereses, disenso, y te ves rodeado de ficciones que quieren hacerse realidad... y a menudo lo consiguen. Ficciones que a veces no vienen del imputado sino de la fiscalía, de los acusadores, y todo lo que uno tiene para reconstruir la “realidad” (o lo que pasa por ella) son informaciones de 1ª, 2ª, 3ª y nª mano.

Y aquí entra la cuestión del relato, la narrativa del hecho.

Yo he hecho el disparo con mi réplica y uno de mis alumnos, al salir de clase, le dice a un conocido: “El tipo de balística ha disparado con una réplica de pistola para ilustrar un punto.” Y el conocido le dice a un amigo: “Hay un pirao dando clases que anda pegando tiros con pistolas de juguete.” Y este último personaje le dice a otro: “Al profe de balística forense se le ha ido la olla y le ha pegado un tiro a uno que no dejaba de hablar en clase.” Y a lo mejor éste contesta: “Se lo tenía merecido”; pero a lo peor se echa las manos a la cabeza y llama a la policía.

Las dos primeras representaciones de mi disparo son dos versiones de lo mismo pero con dos enfoques narrativos distintos: la del testigo presencial es más neutralmente descriptiva; la del 2º informante está coloreada de subjetivismo, pero no miente... ni siquiera en lo de “pirao”. En el caso del tercer informante tenemos “el rumor”.

Si en lugar de ser castellanoparlantes o catalanoparlantes o rusoparlantes o angloparlantes fuésemos japonesiparlantes, cada oyente en esta cadena de transmisión lo tendría más fácil para detectar la fiabilidad de información que recibe y la certeza subjetiva del informante respecto de lo que dice, porque todo eso se modula en la propia conjugación del verbo japonés. Está integrado en su lenguaje del mismo modo que el pasado, presente y futuro lo está en nuestra conjugación del verbo. Y porque esto está imbricado en su lenguaje, está perfectamente integrado en su forma de pensar: el cuestionamiento de la fiabilidad de la fuente de información es puro reflejo mental para el japonés. Pero para los formados en las lenguas indoeuropeas como nosotros no lo es en absoluto y caemos de cuatro patas, con extrema facilidad, en confundir hecho y rumor... que es por lo que Otelo mató a Desdémona... Y, sobre todo, es la razón por la que toda esta disquisición es necesaria... No por culpa de Otelo, sino para hacer ver lo importante que es discernir entre hecho, percepción, versiones narrativas del hecho y rumores. Porque rumor + prejuicio ha llevado a la cárcel a más de uno y hasta la silla eléctrica.

Pero volviéndo a las estrategias cognitivas de aproximación al incidente balístico, sobre todo:

5. Uno debe ser absolutamente preciso y meticuloso a la hora de describir sus observaciones. Si al mirar esta imagen —
 

Manzana

uno dice “Veo una manzana”, está distorsionando la realidad: está viendo la imagen fotográfica de un hemisferio de una manzana. La afirmación reduccionista de “Veo una manzana” puede resultar útil y oportuna en determinadas circunstancia vitales... siempre que uno sea consciente de que no es verdad.

6. Debe recordarse que, en última instancia, el lenguaje no es neutro: todo lo que se pone en palabras es narrativa. Quien controla la narrativa controla la articulación y el tono de los “hechos”. Hay varias maneras de describir la siguiente imagen —

 

Segadores

Segadores trabajando — Un ejemplo de mutualismo entre seres humanos y plantas — El hombre en un acto de servidumbre al mundo de las plantas... y cada una de estas formas decanta narrativamente la imagen hacia una forma más o menos ideologizada de contemplar el mundo.

7. Hay que tener muy claro qué se nos pide cuando nos hacen —o nos hacemos— una pregunta de relevancia para el caso que estamos investigando. El lenguaje está mucho menos consensuado de lo que parece. Si, por ejemplo, a uno le preguntan “¿Crees en la democracia?” y se apresura a responder sí o no continuando con una perorata a favor o en contra de dicho sistema político, está dando por supuesto que los conceptos de “creer” y “democracia” de su interlocutor son exactamente los mismos que los que él tiene en mente... y esto es algo que raramente ocurre. Consensuar la semántica antes de discutir la terminología ahorra tiempo, conflictos y energía.

8. Debe observarse cada caso con mirada renovada, con más preguntas que respuestas prefabricadas, con más extrañeza que certezas, con mente esponjosa en lugar de granítica. Como cualquier otra, esta imagen —
 

Gaviota

puede describirse de muchos modos. Steve Brusatte (The Rise and Fall of the Dinosaurs, 2018), un paleontólogo especializado en los reptiles jurásicos y en el origen de los mamíferos, la comenta diciendo que un dinosaurio ha venido a visitarlo a su ventana. ¿Por qué? Porque casi todas las características que hoy en día nos hacen reconocer un pájaro como tal —pulmones unidireccionales, plumas, piernas largas y rectas con tres dedos con membranas, la forma de poner e incubar los huevos, la fusión de los dos huesos de la clavícula, etc.— aparecieron en una rama de los dinosaurios, los maniraptores, que se las pasaron a su descendiente los paravianos, que empezaron a aducir los brazos para formar las alas y que son los ancestros directos de las aves. 

¿Quién iba a decir que T-Rex es el bisabuelo de Juan Salvador Gaviota?

Todo esto no es para que luego uno explique un incidente balístico diciendo que un Neanderthal le ha pegado un tiro a un Cromagnon. Primero porque sería anacrónico. Segundo porque nadie lo entendería. Y tercero porque, aunque no lo entendieran, seguro que un colectivo se siente insultado y enarbola de pronto una docena de reivindicaciones históricas y hasta prehistóricas. Pero sí sirve para no entrar en un caso a piñón fijo y estar abierto en toda circunstancia a diversas narrativas plausibles, aun las menos evidentes.

Si alguien no hubiese estado dispuesto a ver dinosaurios en las gaviotas al menos una vez en su vida, no tendríamos un Galileo, un Copérnico, un Newton, un Einstein o un Niels Bohr en física, ni a Locard, Michon, Galton, Bertillon, Hans Gross o Ernst Gennat en criminalística.