Preguntas frecuentes

¿Tienes alguna duda?

1. ¿“Bel Atreides” es nombre o pseudónimo? ¿”Atreides” está tomado de Dune?

Ésta es una de las preguntas más habituales que me hacen, quizá porque Dune lleva décadas siendo una referencia narrativa y cinematográfica universal.

Empezaré por decir que pseudónimo significa literalmente “nombre falso” y yo no siento que mi nom de plume sea falso en absoluto: me identifico más con él que con el de familia. “Atreides” viene, en mi caso, de la misma fuente de dónde lo toma Frank Herbert en Dune: La Ilíada. Los Atreides son los hijos de Atreo, Agamenón y Menelao, que llevan a cabo el primer gran salto documentado de Europa a Asia por su espíritu guerrero y el amor a la hermosura. Esto es lo que significa Atreides para mí: síntesis de los dos viejos continentes, épica en la acción y la palabra, y búsqueda incesante de lo bello. En la primera novela de su célebre saga, Herbert hace descender a los Duques de Atreides de los reyes espartanos de idéntico nombre.

2. ¿Escribir no es un acto de vanidad o incluso de arrogancia?

Escribir es un acto creativo que puede hallarse motivado o inspirado por multitud de sentimientos distintos. La Divina Comedia está inspirada en buena parte por la venganza; Glenarvon, de Lady Caroline Lamb, por el despecho hacia Lord Byron; el libro bíblico del Eclesiastés, por una náusea más gastroenterítica que la de Sartre... pero ninguno de estos mórbidos sentimientos suman ni restan nada a la calidad de dichas obras. Lo que afecta a la calidad del texto no es que esté inspirado por esto o lo otro, sino que no esté inspirado en absoluto. Un acto de vanidad tiende a crear un texto vanidoso, de los cuales están llenos los -ismos solipsistas de principios del siglo xx... pero esto es sólo mi percepción. En cuanto a la cuestión ética implícita en la pregunta, no me atrevo a juzgarla más que a la aserción —en boca de algunos— de que leer, vivir, amar, enseñar... son actos de vanidad o de arrogancia también.

3. ¿Qué credibilidad merece un autor que se siente legitimado a escribir de cualquier tema que se le antoje?

Hoy en día, muy poca. El ideal renacentista de nihil humanum mihi alienum ha dado paso a la actitud derrotista de todo lo humano me importa un cuerno. Desde una perspectiva diacrónica, sin embargo, el que sólo sabe mucho de algo está ciego a las reveladoras interconexiones del Todo.

4. ¿Cuándo empezaste a escribir, a publicar?

Escribo desde que tengo memoria porque mi primera necesidad como ser vivo fue fantasear un mundo en el que sentirme a salvo. Mi primer libro publicado fue el poema narrativo Consuelo, en 1976, con ilustraciones de un conocido mío que luego alcanzó cierta fama local haciendo el payaso. No volví a publicar hasta 1995, con la editorial Apóstrofe.

5. ¿Libro virtual o tradicional?

Yo prefiero sin duda el tradicional. Mi biblioteca aloja cerca de 8.000 libros en 34 lenguas distintas y, aunque al ritmo que llevo moriré mucho antes de haberlos leído todos, sigo comprando libros nuevos y antiguos como si cada uno de ellos fuese una imprescindible célula más del organismo bibliográfico que me rodea, sapiente por sí mismo e independizado de mí, su custodio y potencial lector.

6. ¿Cuál es el mérito y cuáles son las ventajas y desventajas de la autopublicación?

El mérito no está en la publicación tradicional o en la autopublicación per se sino, en todo caso, en la obra que ve la luz por cualquiera de estos procedimientos. La publicación tradicional dejó de ser meritoria cuando se sometió a los criterios de mercado de una población lectora desculturizada, lo que en nuestro país ocurrió a lo largo de los años 80. Cuando el mejor editor que he llegado a tener, Nicanor Vélez, director de la colección de poesía de Galaxia Gutenberg, murió poco tiempo después de publicar mi traducción de Paradise Lost, y su estrecho colaborador Juan Pablo Roa siguió su propio camino con la iniciativa Animal Sospechoso, me vi incapaz de volver al viejo sistema con editores que no llegaban a la suela del zapato de estos dos profesionales y opté por las facilidades de autoproducción y autogestión que ofrece Amazon.

Respecto de las desventajas de la autopublicación, el hecho de que no haya en ella prácticamente ningún filtro hace que uno tropiece en ocasiones con libros ilegibles por su defectuosa maquetación, densidad de errores ortográficos o, peor, insubstancialidad del contenido. Por otra parte, la ausencia de filtros hace que, al final, existan más autores que lectores. Esto me recuerda un episodio en la vida de Dostoyevskii, cuando en el Club de Escritores de San Petersburgo un amplio grupo de intelectuales esperaba ávidamente la llegada de los periódicos: cuando por fin estuvieron disponibles, cada autor cogió un diario y se puso a leer su propio artículo. ¿Vamos hacia una literatura totalmente solipsista? El tiempo lo dirá...

7. ¿Escribir es un hobby, una necesidad o una profesión?

Las tres cosas... y más. En mi caso es una obsesión... y hasta una enfermedad.

8. ¿Hay más escritores en tu familia?

Mi familia es más bien de las de “¡Muerte a la Inteligencia!”

9. ¿Cuál o cuáles son tus referentes literarios?

Me resulta tremendamente difícil reducir mis lecturas de muchos años a un puñado de nombres imprescindibles. Pero puestos a hacerlo, diría que Hegel, Teilhard de Chardin y Aurobindo Ghose son mis referentes en filosofía. Jorge Manrique, Borges, Góngora y Valle Inclán en la literatura castellana. Alexander Pope, Lord Byron, Matsuo Basho, Victor Hugo y Marcel Proust son los autores internacionales que leo con más placer. Robert E. Howard, Tolkien, los hermanos Strugatsky y Stanislaw Lem mis preferidos en literatura épica y ciencia ficción. Dashiell Hammett y Raymond Chandler me parecen inigualables en su género. En cuanto a estilos, me quedo con los stilnovisti, el misticismo español de la Edad de Oro, el romanticismo inglés y el simbolismo francés. Si hubiese una nueva glaciación y tuviese que quemar mis libros para no congelarme, el poema narrativo Aniara, del sueco Harry Martinson, sería de los últimos en caer en las llamas. Salvo al polaco Stanislaw Lem, al resto de autores citados los leo en su propia lengua.

10. A menudo escucho a personas decir que leer una historia ficticia no tiene sentido ni proporciona ningún provecho, que es prestar demasiada atención a una pura mentira. ¿Lo ves así? ¿Una novela es algo más que una elaborada falacia? Y si es así, ¿leerla no es una pérdida de tiempo monumental?

Este argumento nos llevaría a una larga disquisición sobre lo que es “real” y “ficticio” en narrativa. A mi modo de ver, el relato de la historia humana es una ficción que se presenta a sí misma como realidad, mientras que una ficción literaria no te engaña acerca de lo que es. Si ésta se halla bien lograda, la realidad que te ofrece es la de la articulación de las situaciones, caracteres y posibilidades que presenta, así como la intensidad y calidad de los sentimientos que despierta en el lector. Todo eso es “real” en la medida en que una narración puede serlo. Y a menudo aprendes más de ti mismo y del mundo con este tipo de ficción narrativa que con pseudoficciones históricas y científicas.

11. ¿Cómo ha influido el cine en tu literatura?

Dándome ideas, generando emociones, ayudándome a entender la infraestructura del quehacer narrativo, la razón por la que algunas maneras de relatar funcionan y otras no...

12. ¿Cuáles son las primeras experiencias literarias que recuerdas?

Las relativas a mi primer “libro”, escrito (e inconcluso) con mis amigos Fränzschen y Daniel cada día mientras volvíamos del colegio al mediodía en autobús, entre los 5 y 7 años. Tengo recuerdos muy entrañables de aquellas sesiones. No éste, sin embargo: un día se me ocurrió enseñarle a mi padre un fragmento en el que aparecía un gigante. Yo había escrito “Gigante” porque la mayúscula era consubstancial, a mi modo de ver, con el tamaño del personaje. Mi padre, que era un tipo normativo, lo único que vio y que comentó del texto fue la falta de ortografía: toda una epifanía respecto de lo que uno puede esperar en general de los lectores, incluso los más cercanos a ti mismo

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