Criptarquía
CRIPTARQUÍA: f. Forma de gobierno de tendencia y prácticas totalitaristas escondida bajo una apariencia de vida política democrática que triunfa efectivamente en su intento de deslumbrar e hipnotizar a las masas.
La criptarquía es, por ello, una categoría radicalmente distinta de la de pseudodemocracia o falsa democracia característica en el este europeo postcomunista, así como en muchas jóvenes naciones postcoloniales forzadas, durante el proceso de descolonización, a un sistema democrático a la europea sin tener en cuenta el lastre de sus tradiciones y sus peculiares devenires históricos. Para entenderla, hay que pensar en la Inglaterra de Blair, la América de Nixon y de Bush, o la España de Aznar.
Hace tiempo, en un ensayo que dediqué a la película Rollerball y titulé “La Distópica Utopía de la Hipotecada Individualidad”, escribí sobre la criptarquía:
Nunca resulta una dictadura tan poco vulnerable como cuando cambia sus ropajes y sus prácticas ancestrales por el movimiento sutil de una presencia fantasmal y, como los dioses, al mismo tiempo parece inexistente y se declara la fuente de todos los bienes. Cuando ello ocurre, cuando su rostro es benevolente y generoso en las escasas y ceremoniales ocasiones en que se muestra, cuando consigue que los hombres y mujeres que domina olviden quién los gobierna y cómo se les gobierna, hipnotizados por la eficacia industrial con la que son satisfechos sus comunes deseos, cuando logra que el pueblo se sienta exonerado y respire con alivio al dejar la nauseabunda política en manos de unos pocos y sacrificados desconocidos, esa dictadura ha llegado a la cima de su evolución biológica: se ha convertido en el gran pulpo de las profundidades, ha alcanzado condición perpetua. Es la diluida pero omnipresente Criptarquía.
Podríamos preguntarnos qué ha perdido el ser humano con ello si sus necesidades son atendidas, si comodidades sin precedentes y lujo están a su alcance, si no se siente oprimido, dirigido... si el bienestar, un orden razonable y una belleza pulcra, aséptica y calculada brillan en todos los rincones, si el trabajo no es excesivo, el ocio abunda, la vida se proclama lúdica, y no faltan espectáculos que revivan controlada y momentáneamente las pasiones y emociones entumecidas de la gente. ¿Qué ha perdido con ello el hombre? La Criptarquía es letal sin ser asesina, es aniquiladora sin destruir, se impone sin ruido de sables, bravatas, aspavientos, tiros, tanques, torturas... pero es infinitamente más efectiva que sus antepasadas española, italiana, alemana, soviética, chilena, argentina... A diferencia de sus ancestras, la Criptarquía ha comprendido que lo peligroso no es el cuerpo de los hombres, sino su espíritu, y que la anulación de este último es más fácil, completa e inmediata por la sobresatisfacción del primero que por su constricción. Entre el cuerpo y el espíritu está la mente, desde luego, un factor un tanto imprevisible, un órgano de individuación dotado de molesta facultad crítica, de problemática sed de conocimiento; pero aquí la Criptarquía despliega sus poderes de hipnosis, seducción, prestidigitación y travestismo informativo, y logra una estandarización tan general que cada sujeto humano queda circunscrito en el gráfico de previsiones de una redonda e infalible fórmula estadística.
Aunque su prehistoria y su lema inspirador se remonten a la vieja fórmula romana de panem et circem la Criptarquía se gesta en la matriz de la misma democracia tecnocrática. Su estrategia puede ser lenta, pero resulta inexorable: fascina con su arrogancia económica, acostumbra al pueblo al trueque de votos por beneficios y le enseña a pronunciarse con el estómago en lugar de la razón jactándose de no profesar ninguna ideología particular mientras desacredita y desanima todo idealismo; es brillantemente docta en la ingeniería, arquitectura y coreografía del escándalo político, que compone con arte de guión cinematográfico, maneja como guiñol jurídico y usa con doble y deletéreo objetivo: arrinconar al adversario e instilar en la multitud una gradual pero incurable repugnancia por la cloaca política... de la que, como si lo hiciera muy a su pesar, airea por todas partes su olor fétido. La naciente Criptarquía erige delante de tus ojos un mundo que vela la realidad, tan falso como la ilusión digital de Matrix, como el cóctel de recuerdos implantados en las noches alienígenas de Dark City, como las fotografías de infancia del replicante: es la Maya política, el ilusionismo social de la Gran Democracia Finisecular del Espectáculo.